Cada vez que se plantea que los argentinos estamos tan cerca de un mejor futuro como de volver al peor pasado, se suele aducir que de tal modo se empobrece el debate político, y se apela al miedo como única herramienta electoral.
A esta cuestión (disuadir el miedo plantado en el inconciente de la sociedad, por remembranza de nuestras históricas crisis) apuntó el reciente -y ya abandonado- giro discursivo de Macri, rescatando políticas troncales impulsadas por el kirchnerismo: el intento de generar una derecha de rostro amable, que vende la idea de que en ellos se puede confiar; porque han madurado, "cambiaron y aprendieron" porque "escuchan a la gente".
Y así como han renunciado a pergeñar golpes de Estado (al menos a la usanza tradicional) y aceptan competir bajo las reglas de juego de la democracia, hasta son capaces de admitir que aceptan un Estado activo, o sostendrían políticas de inclusión social; e incluso las mejorarían.
Por supuesto que a poco que se raspe la superficie del discurso guionado por los gurúes electorales se advierte que solo es un falso decorado, por debajo del cual no existe un "nuevo" proyecto de país; sino el viejo y mismo de siempre, el de las minorías del privilegio, en el cual no hay lugar para las grandes mayorías nacionales.
Con la derecha y sus intenciones reales pasa más o menos lo mismo que con el diablo: su eficacia radica en que la mayoría piense que no existen; y del mismo modo en que no se puede estar agitando todos los días el fantasma de un golpe u operaciones desestabilizadoras de nuevo cuño, no se puede caer en el error de confundir el extendido consenso social en torno a algunas políticas públicas adoptas en estos últimos años, con la generación de la fuerza necesaria para sostenerlas en el tiempo y más allá de los vaivenes electorales, desde el sistema político e institucional.
Tampoco hay que subestimar los efectos que en el pensamiento promedio de muchos argentinos provocaron la dictadura y el menemismo, a la hora de establecer un sistema de ideas desde el cual se piensa la sociedad, la política y el Estado. Esto es justamente lo que comprendió Cristina al propiciar el "blindaje" de algunas conquistas como la AUH, la ampliación de la cobertura previsional, o la participación del Estado en determinadas empresas estratégicas.
Mientras se repite el discurso edulcorado de "no mirar por el espejo retrovisor" y apostar a pensar en el futuro, desde los cíclicos editoriales de La Nación hasta el reclamo de la jerarquía del episcopado (que vuelve a hablar de la "necesidad de la reconciliación nacional", las exactas palabras con las que bendijo la autoamnistía de los dictadores) crecen día a día las voces que pugnan por una clausura del proceso de verdad memoria y justicia para los crímenes de la dictadura.
Jjusto -pero justo, vea que casualidad- cuando pueden alcanzar a la pata civil del golpe; y cuando en apariencia los juicios eran una "política de Estado asumida por el conjunto del pueblo argentino", en palabras de Lorenzetti. Pero resulta que hace poco el Congreso nacional votó una ley para impedir indultos, amnistías y conmutaciones de penas en casos de delitos de lesa humanidad, y el PRO se abstuvo.
Ante los dilemas de la coyuntura económica, el núcleo duro de lo que fue el programa económico de la dictadura (profundizado con precisión quirúrgica durante el menemismo), es decir las viejas y conocidas recetas neoliberales, se nos presentan a diario desde los medios hegemónicos como "el único camino posible para salir de la crisis"; gane quien gane las elecciones.
El "discurso único" que hegemonizó el debate económico en los 90', cuyos voceros se ocultaron prudentemente un par de años en lo más profundo de la crisis de principio de siglo (buscando que se olvidara socialmente el resultado concreto de las políticas que proponen), ha regresado con todo y esta con nosotros a diario; y nos bombardea desde todas las usinas mediáticas de que dispone, con las consignas de siempre: "achicar el Estado es agrandar la nación" (dicho por supuesto con otras palabras), dejar que el mercado corrija "los desequilibrios estructurales", protestar por "la excesiva presión fiscal" o "el alto costo de los salarios en dólares", reclamar apertura económica y desmantelar toda forma de protección de la industria nacional.
El supuesto fraude electoral (denunciado por los que jamás fueron votados para nada, como la AEA, y agitado al voleo por una oposición irresponsable y abiertamente desestabilizadora) funge junto a la corrupción como las herramientas desde las que se busca deslegitimar en bloque procesos políticos; para imponer por la crisis proyectos que no podrían pasar jamás el filtro de las urnas, al menos en un debate franco en el que cada uno dijera que es lo que quiere para el país.
Y si no, basta ver -como lo señalaba Cristina días pasados- lo que está sucediendo en otros países de la región como Venezuela, Ecuador o Brasil; donde hasta se abandonan los remilgos para pedir en público la intervención militar para interrumpir el proceso democrático, y la oposición esgrime como programa económico la ruptura del proceso de integración regional trabajosamente construido en estos años: ver al respecto esta nota de David Cufré en Página 12 del sábado. En Uruguay en tanto ya se debate incluso al interior del Frente Amplio la postura frente al acuerdo TISA, un intento cuasi secreto de ALCA, más global y profundo.
Los verdaderos dueños del poder (que son mas o menos siempre los mismos) se "volvieron" democráticos resignados en los 80', cuando las dictaduras se tornaron inviables; y más entusiasmados en los 90', cuando las democracias (extorsionadas por las crisis recurrentes que ellos mismos provocaban) fueron líquidas y permeables a sus demandas e intereses.
Cuando -por el contrario- las democracias se robustecen, amplían sus horizontes y profundizan su contenido generando derechos y discutiendo el poder (aun con límites, contradicciones, avances y retrocesos), la cosa cambia.
Ahí demuestran que vienen flojitos de papeles democráticos, quieren disociar la política de la economía como si fueran dominios separados y sin relación alguna entre sí; y se muestran dispuestos a tirar del mantel, apelando a condicionar a la primera por medios de las armas que manejan en la segunda: mientras la quema de urnas en Tucumán ocupaba la primera plana de los diarios, prosigue firme y sostenido el enésimo intento de generar una crisis para forzar a una devaluación.
Como siempre lo han hecho -y tal como lo señala Zaiat en su último libro- mientras plantean mascarones de proa electorales que intentan disuadir nuestros miedos, medran con el miedo real que son capaces de sembrar ellos mismos; porque las sociedades atemorizadas siempre están más predispuestas a aceptar políticas de shock sin reaccionar, tal como pasó en el 89' y en el 2001. Y si la mega-crisis que vienen anunciando no se termina de desplegar, no cejarán en el intento de hacerla realidad, generando la profecía auto-cumplida.
Es posible que -tras 12 años de kirchnerismo- la sociedad o parte de ella reclamen continuar las políticas centrales del proyecto iniciado en el 2003, pero con "buenos modales"; y es posible también que distintos factores (las precariedades de la propia construcción política, en primer lugar) determinen que la oferta electoral disponible para buscar su continuidad refleje ese clima.
Sin embargo, la coyuntura está marcando claramente que lo que está enfrente juega a fondo, y no precisamente con armas limpias y con los pies en el plato de la democracia: la contraparte necesaria de un poder económico que plantea como única alternativa para el país su propia hoja de ruta gane quien gane las elecciones, es una oposición política que no acepta perderlas.
Un cuadro de situación que deja claro que más allá de la impronta personal del candidato presidencial, no es hora de tibieza, porque de lo contrario nos van a llevar puestos, y no precisamente en las elecciones.
Es tiempo de tener además la necesaria templanza política y cabeza fría para evitar pisar el palito, como pasó con la represión a la protesta opositora en Tucumán, que consiguió lo que fue a buscar.
Un cuadro de situación que deja claro que más allá de la impronta personal del candidato presidencial, no es hora de tibieza, porque de lo contrario nos van a llevar puestos, y no precisamente en las elecciones.
Es tiempo de tener además la necesaria templanza política y cabeza fría para evitar pisar el palito, como pasó con la represión a la protesta opositora en Tucumán, que consiguió lo que fue a buscar.
4 comentarios:
Suscribo este artículo, compañeros.
Gracias por expresar tan bien lo que muchos pensamos
¿Reconciliación? ¿Estilo fray Anibal Fosbery defendiendo a Priebke? http://edant.clarin.com/diario/2003/04/15/s-03601.htm
...Fosbery siempre es agasagado en Tucumán y la DAIA no dice nada ni nuca Mirta Legrand lo calificará de nazi:
http://www.lagaceta.com.ar/foto/2870/74262/.html
che, le pueden insertar lexotanil en supositorios a Tirelli y Tasker
Lo suscribo de principio a fin. Muy claro.
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