Javier Milei es, por lejos, el personaje más mediático de la política argentina: una auténtica criatura de los medios, que sin la plataforma que le ha dado el periodismo todos estos años sencillamente no existiría, o quedaría reducido a los cenáculos de economistas de derecha ultra ortodoxos, sin otra proyección.
Durante los últimos tres o cuatro años nos lo metieron por todos lados para que lo viéramos y oyéramos, aunque más no fuere porque a esos medios y esos periodistas les suma sensacionalismo, titulares y audiencias. Eso, aunque uno no creyera ni pensara que hay algo más detrás de la instalación pública de una persona que claramente no está en sus cabales.
El tipo a su vez es transparente, en el sentido que no apela a las metáforas para decir lo que piensa o haría si llegara al poder y si apela a ellas, tienen la sutileza de una motosierra. Por ende, nadie se puede llamar a engaño respecto a sus ideas, o lo que propone. De hecho, deliberadamente elige escandalizar diciendo barbaridades -en la mayoría de los casos sin ningún sustento-, porque descubrió que eso le suma.
Tan es así que sol intentó morigerar o matizar (algo) su discurso después de que más de 7 millones de argentinos lo votaran y se empezó a sentir cerca de ganar, más en una concesión al teorema de Baglini que respondiendo -conjeturamos- a sus convicciones íntimas. Pero el giro duró poco: ahora prende la motosierra en los actos y en competencia de gorilismo con Patricia Bullrich, promete -por caso- que la Cámpora tendrá que correr pero se quedará sin guaridas para esconderse y cosas por el estilo.
Así las cosas, todo parece indicar que los que lo votan eligieron no escucharlo, o lo escucharon perfectamente y eligieron no hacerse cargo de las consecuencias posibles de lo que votaron: cuando uno los confronta con alguna de las barbaridades que el tipo dice suelen responder "eso lo dice pero en realidad no lo va a hacer", llegándose al absurdo de que admiten -aun sin decirlo en esas palabras- que votaron a un tipo que no va a cumplir con lo que promete.
Mientras tanto, nosotros seguimos haciendo política del modo tradicional: apelando al razonamiento del votante, hablando de derechos en riesgo, sosteniendo que la patria es el otro; cuando nos movemos en un contexto en el que están rotos todos los lazos de sentido entre intereses (propios, de clase o grupo social) y opciones del voto, y es muy posible que nos rodee un mar de votantes silenciosos y vergonzantes que rumian para sus adentros la decisión de votar a un border que no supera los estándares mínimos de un político democrático.
La duda, entonces, es como se hace para intervenir eficazmente en el debate político sin comerse al caníbal ni convertirse en él, o como se le gana. Hay una parte -la principal y prioritaria- que es recuperar con acciones concretas de gobierno ya, ayer, aquellos votos propios que hemos perdido; sin olvidar que muchos de esos votos migraron precisamente a Milei, "insatisfacción democrática" mediante.
Si se considera su vez que para ganar -y sobre todo, para que el tipo no gane- todos los votos son necesarios, la cuestión que acucia es ¿se podrá, hay tiempo de penetrar esa espesa malla de sentido vaciado o reconfigurado, hay espacio para hacerlo?
Intentarlo hay que intentarlo seguro porque nos va el futuro de todos en ese intento.
1 comentario:
No sabemos si hay espacio, esa es la verdad. Este es uno de los retos antropológicos más inusuales que enfrentó nuestro país.
Porque quien votó y votará esas opciones tiene un gran apetito de revancha del tipo "perderé mis derechos, pero vos tampoco los vas a conservar", como en el chiste del pibe Rapi, de Rudy.
Es una especie de fascinación por la victoria pírrica, por el suicidio gozoso, y mucho de bravuconería.
Por mi estado de salud transito por diversos hospitales públicos y pauperizadas guardias, por avenidas de compras baratas y nunca ABC1 de mi barrio repleto de migrantes internos y externos, por calles donde se extingen uno a uno los comercios y lo que veo y escucho allí son personas en actitud de punitivismo airado, con mucho babeo por la violencia "a la Bukele".
No pertenecen a esa clase media cívicamente burra que se golpeaba el pecho en 2008, vociferando "¡con la mía, no" y que compraran llave en mano el "se robaron un PBI", el sketch de los bolsos de López y aplaudieran a los agrogarcas, pensando rapiñarles algo de esa identidad patricia y secularmente esquiva de la gente de guita.
Este es un núcleo distinto. Tipos que dicen a voz en cuello en un espacio público (sin que nadie les pregunte) o en un foro digital, que laburan orgullosamente en una empresa privada, pero que usan el hospital público donde les pusieron gratarola dos stents y que están de acuerdo con la igualdad de origen y no de oportunidades (y uno, al verlos nomás, les adivina el laburo precario en negro o en "mixto" y se pregunta cómo carajo harán para pagar escolaridades, salud y supermercados, sin la intervención del Estado regulando, por más tarde y defectuosas que lleguen esas asistencias).
Choferes de taxis añosos que atienden sus costosas enfermedades crónicas en Pami y cuando les tiro que esa institución podría dejar de existir en menos de un año si ganan los orcos, responden "no me importa, si tengo que pagar, pago". Y se les nota que no han hecho ni siquiera los números básicos de lo que mensualmente el estado garpa por asistirlos.
Gente que labura en turismo de jubilados baja gama y, aún viendo que ni con Pre-viaje a toda marcha les compran un tour berreta, se sienten victoriosos por anticipado si asciende Milei.
La idea es romperlo todo y ver después, a modo de piñata, qué sale del interior de Milei o de Bullrich o del novel gobernador gorila que acaban de encumbrar.
Se creen que el sistema político funciona como la tablet o el celular que usan: si no funciona, reinicio, reseteo y listo. Si la pifia Milei, me declaro engañado y que vuelva luego para resolver lo roto "alguien".
Nunca se vio algo como esto. Porque supera por lejos el "que se vayan todos".
Las medidas últimas ayudarán, pero ¿puede este tipo de votante asimilar, a tiempo, quién trata de cumplirle y quién ni piensa en hacerlo?
No toda la culpa es de la decadencia de la creatividad política y la crisis de representación. Esto es un fenómeno de hidrofobia social para el cual no contamos con suficientes antirrábicas.
Hay gruesos errores de nuestro lado. Pero también hay un nuevo tipo de habitante, formateado desde la irresponsabilidad digital, que no se asume ciudadano sino consumidor de marketing político.
Pena que ese producto que van a comprar con ojos vendados...no tiene posibilidad de devolución inmediata. Saludos.
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