La CGT decretó el paro general de ayer con más de un mes e anticipación, muy posiblemente siguiendo aquella máxima de Vandor de "golpear primero para negociar después". Pero en todo ese tiempo no encontró interlocución en un gobierno que no solo no entiende sino que odia al mundo del trabajo y más si es formal y sindicalizado, tanto como odia a los pobres y las organizaciones sociales.
De hecho es muy posible que hoy, el día después del masivo y contundente paro, el gobierno ensaye alguna explicación imbécil del tipo "el principio de revelación" o algo por el estilo: un paro contundente demostraría -en la inverosímil lógica presidencial- que la casta defiende con saña sus privilegios y por ende les daría la razón, del mismo modo que un paro con menos acatamiento también les daría la razón, demostrando la falta de representatividad de la dirigencia de la CGT.
Como sea y para no perder el tiempo en disputas estériles con gente que razona de ese modo (que es lo mismo que no razonar), cabe consignar que en cinco meses de gobierno Javier Milei acumula dos paros generales rotundos contra su gobierno y sus políticas, decididos por la dirigencia de la CGT más complaciente y cuestionada de la historia: hay ahí un dato duro de la realidad que algo está queriendo decir, a un gobierno que no lo quiere escuchar.
Un gobierno que es tan sordo y ciego al clamor de la realidad que explota cotidianamente por fuera de sus ensoñaciones donde los salarios le ganan a la inflación, que salió a decir que no comprende cuáles son las razones del paro -en un sentido eso es cierto: no las comprenden- o que éste carece de ellas, cuando en realidad sobran los motivos para parar el país, que es el modo más contundente de intentar parar las políticas de desastre de Milei. Tanto, que otra vez el paro de la CGT (como el de enero) catalizó detrás suyo toda la oposición social al modelo imperante.
Y el paro no agota las protestas, del mismo modo que lo hay que preguntarse no es por qué se para, sino porque no se para más, y por más tiempo; con los indicadores reales de la economía (producción, nivel de actividad, ventas, recaudación impositiva, salarios, empleo) cayéndose a pedazos en una recesión ya instalada, que marcha cómodamente hacia un profunda depresión. Tan profunda como el aislamiento de Milei de la realidad.
Hoy mismo por ejemplo marcharán al Congreso las Pymes en protesta por el régimen de incentivo a las grandes inversiones contenido en la ley bases, de modo tardío, porque el que Cristina denominó con acierto "nuevo estatuto legal del coloniaje" ya atravesó con éxito y amplia mayoría la Cámara de Diputados.
Una vez más, como en buena parte de nuestra historia, la cuestionada -y con razón- dirigencia sindical que representa a los trabajadores, vio con claridad los riesgos que entrañan las políticas de Milei, antes que una dirigencia empresaria -incluida la de la propia UIA- que se dejó seducir por la reforma laboral, sin advertir que las cuchillas del gobierno se afilaban también para ellos.
Del mismo modo que pasó con el paro de enero (que precipitó el rechazo del mega DNU en el Senado), el paro de ayer debe inscribirse en un contexto más amplio de enfrentamiento decidido al avance libertario, y debería proveer la plataforma social para una masiva movilización al Congreso para presionar a los senadores y que no le dan sanción definitiva al oprobio de la ley bases: a un gobierno que avanza sin contemplaciones y se jacta de no retroceder, hay que redoblarle la apuesta, hasta que entienda.
O que aprenda la lección de que la historia argentina no empezó cuando ellos llegaron, enancados en la insatisfacción democrática de vastos sectores de la sociedad con las opciones tradicionales, y que hay muchos argentinos dispuestos a defender lo que les llevó décadas conquistar, y no resignarlo sin dar pelea.
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