Siempre resulta de provecho leer a Ricardo Aroskind, pero esta nota suya en El Cohete a La luna del domingo pasado merece una recomendación especial porque pone el dedo en la llaga de lo que debería ser la principal preocupación de las fuerzas políticas del campo nacional y popular, de cara a un eventual gobierno futuro.
Sin perjuicio de recomendar su lectura completa, nos permitimos transcribir la parte que nos pareció medular: "Repasando la historia reciente, se observa que han tenido mayor capacidad transformadora los neoliberales que los progresistas/populistas. Mientras los primeros vienen promoviendo el cambio de estructuras, en un sendero de subdesarrollo creciente, desde la dictadura del 1976, pasando por los ’90 y llegando hasta el gobierno actual, los gobiernos progresistas o populares se tuvieron que encargar, en base a las estructuras económicas y de poder recibidas de las experiencias previas, de mejorar las condiciones económico-sociales, reactivar la economía y producir mejoras distributivas."
"La derecha argentina viene siendo mucho más transformadora de estructuras, en su propio beneficio y en contra del país, que lo que han podido lograr o revertir los gobiernos no neoliberales que se han intercalado entre estas experiencias. Desde la perspectiva de la distribución del poder social, cada gobierno de la derecha ha producido vuelcos que fortalecieron el poder corporativo en desmedro de los intereses mayoritarios. Incrementaron su poder de chantaje y veto sobre los gobiernos que no les responden abiertamente."
"Por lo tanto, el verdadero eje para descifrar las políticas económicas de neoliberales y populistas sería: proyectos socialmente cruentos de transformación de estructuras productivas y estatales a favor de la concentración de la riqueza y el ingreso, versus períodos de alivio, intentos de reparación social y búsqueda de reorientación del país hacia un rumbo más productivo, con logros limitados, que no alcanzan a compensar los cambios introducidos por el neoliberalismo. La pregunta es si a esta altura de la historia, un corte transitorio del ciclo político neoliberal sin una agenda alternativa de transformaciones estructurales no puede ser absorbido como un momento más en el ya largo trayecto de retrocesos que viene recorriendo el país."
Algo parecido -pero sin su claridad, por supuesto- decíamos nosotros en esta entrada de hace algo más de un mes, que disparó una discusión entre los comentaristas sobre la dicotomía de que cosa estaba primero: la estrategia electoral más adecuada para ganar las elecciones del año que viene, o la definición clara del programa de un futuro gobierno, como norte para delimitar las alianzas posibles (agregamos deseables) en el campo opositor. Si no interpretamos mal, algo similar sugiere acá Abel Fernández en diálogo con un muy interesante análisis del Escriba en Artepolítica (completo acá) sobre las condiciones de posibilidad de un triunfo opositor.
Aronskind se remonta a la dictadura en su análisis de los ciclos políticos, pero nos permitimos suponer que su hipótesis principal que hemos transcripto, puede servir incluso más atrás en el tiempo, hasta el golpe del 55' que derrocó a Perón: cuando el peronismo volvió al poder en 1973 tras 18 años de proscripción, ni el propio general (con casi el 62 % de los votos en sus espaldas) pudo plantear reformas estructurales más profundas, como volver a recrear la nacionalización del comercio exterior según el modelo del IAPI, o reimplantar la Constitución de 1949; medidas del primer peronismo que fueron barridas con la celeridad del rayo por la Revolución Libertadora.
Se nos dirá que en el 73' lo que pasó fue el estallido de la interna peronista que se trasladó al gobierno, o que las condiciones eran distintas que en 1946 y es cierto. Pero precisamente eso es a lo que apunta Aronskind, hablando del período posterior: en que medida esa condiciones no fueron creadas concienzudamente por las fuerzas reaccionarias, en prevención de posibles retornos de las fuerzas del campo popular al poder.
A riesgo de sonar obsesivos, venimos insistiendo desde hace un tiempo que en el campo opositor al gobierno nacional se leen y escuchan muchas opiniones y conjeturas sobre "quiénes y con quién" deben articular la unidad opositora para derrotar a "Cambiemos" el año próximo, pero poco del "para qué", es decir al menos las líneas generales de lo que se les propondría a los argentinos, en caso de llegar al gobierno.
Las reformas del kirchnerismo no eran "irreversibles" como planteó un desafortunado eslogan de campaña, y así como se cargaron -de hecho, sin tocarle una coma- la nueva carta orgánica del Banco Central, están a punto de tumbar la ley que regula los mercados de capitales sancionada en el 2012, y desguazando por goteo el Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la ANSES; y mientras los gobiernos del 2003 al 2015 apenas restauraron parcialmente en el texto de la Ley de Contrato de Trabajo los artículos mutilados por la dictadura y el menemato, estos tipos fueron con decisión por una reforma laboral flexibilizadora que nos volvería a un estadio aun peor más regresivo que el del 76', apenas tuvieron la oportunidad.
Del mismo modo, mientras aun se mantienen (porque durante la década pasada no se modificaron) la ley de entidades financieras de la dictadura, la ley de inversiones extranjeras de Videla y Martínez De Hoz empeorada por Menem o los tratados bilaterales de inversión (TBI) por los que el país aceptó la jurisdicción del CIADI, con la capitulación ante los fondos buitres se cargaron los dos canjes de deuda del kirchnerismo y los principios de reestructuración de deuda soberana de la ONU (propuestos por la Argentina y luego convertidos en ley por el Congreso); mientras apuestan a privatizar por completo la inversión pública (sin que por eso deje de financiarla de un modo u otro el Estado) a través del régimen de "participación pública privada" (PPP).
Lo mismo pasa con la concentración económica y mediática, la regulación del crédito y el sistema financiero, la política industrial, la transformación del modelo productivo y la reforma impositiva, entre otras cuestiones que quedaron pendientes, o que no se pudo o quiso impulsar.
Un futuro gobierno no puede limitarse a restaurar las condiciones existentes en diciembre del 2015, incluso por razones de estricta gobernabilidad y supervivencia. Lo ponemos en un ejemplo práctico, para que se entienda: de nada serviría reimplantar la ley de movilidad de las jubilaciones aprobada durante el gobierno de Cristina, si se mantienen intactas la ley de entidades financieras de la dictadura y las normas desregulatorias de los flujos de capital y divisas aprobadas por este gobierno; que agravan la restricción externa, favorecen la fuga de capitales y las condiciones generales de vulnerabilidad de la economía.
O de poco serviría volver a pesificar las tarifas de los servicios públicos, si no se avanza sobre los marcos regulatorios y el modelo de prestación heredados del menemismo, a los que el gobierno de Macri retornó sin escalas.
Claro que no se nos escapan las dificultades para aglutinar voluntades y seducir electores con un discurso que plantee transformaciones más profundas, cuando el macrismo ha tenido éxito con una propuesta vendida como desideologizada, exenta de conflictos y sin bordes filosos; a través de hábiles mecanismos comunicacionales que ocultan que sus políticas si los tienen, y vaya si cortan y lastiman.
Por coherencia ideológica y respeto a su propia tradición histórica, le corresponde al campo nacional y popular ofrecerle al electorado una solución "social" para el conjunto de los argentinos pero con "privilegiados" concretos, que no son los actuales; en medio de una sociedad fragmentada (incluso al interior de la propia clase trabajadora y los sectores populares), que compra el ideal aspiracional que plantea el macrismo (el "emprendedurismo", la posibilidad de ser cada uno el sueño de su propio destino) con plena o parcial conciencia de que hay excluidos ("pobres habrá siempre", dijo uno para cohonestar esas políticas), pero con la ilusión de no estar en la nómina; porque se asume a su vez la creencia de que esta se define exclusivamente por méritos.
Ese contexto adverso (que suma dificultades adicionales a las ya expuestas del orden de la gobernabilidad futura) entraña para las fuerzas populares un desafío enorme en términos de comunicación política, entendida no ya como el uso correcto y eficaz de los dispositivos, lenguajes y plataformas disponibles para la acción política, sino del del discurso y la propia praxis militante. Y supone también tensiones interiores, como que no:
Aronskind se remonta a la dictadura en su análisis de los ciclos políticos, pero nos permitimos suponer que su hipótesis principal que hemos transcripto, puede servir incluso más atrás en el tiempo, hasta el golpe del 55' que derrocó a Perón: cuando el peronismo volvió al poder en 1973 tras 18 años de proscripción, ni el propio general (con casi el 62 % de los votos en sus espaldas) pudo plantear reformas estructurales más profundas, como volver a recrear la nacionalización del comercio exterior según el modelo del IAPI, o reimplantar la Constitución de 1949; medidas del primer peronismo que fueron barridas con la celeridad del rayo por la Revolución Libertadora.
Se nos dirá que en el 73' lo que pasó fue el estallido de la interna peronista que se trasladó al gobierno, o que las condiciones eran distintas que en 1946 y es cierto. Pero precisamente eso es a lo que apunta Aronskind, hablando del período posterior: en que medida esa condiciones no fueron creadas concienzudamente por las fuerzas reaccionarias, en prevención de posibles retornos de las fuerzas del campo popular al poder.
A riesgo de sonar obsesivos, venimos insistiendo desde hace un tiempo que en el campo opositor al gobierno nacional se leen y escuchan muchas opiniones y conjeturas sobre "quiénes y con quién" deben articular la unidad opositora para derrotar a "Cambiemos" el año próximo, pero poco del "para qué", es decir al menos las líneas generales de lo que se les propondría a los argentinos, en caso de llegar al gobierno.
Las reformas del kirchnerismo no eran "irreversibles" como planteó un desafortunado eslogan de campaña, y así como se cargaron -de hecho, sin tocarle una coma- la nueva carta orgánica del Banco Central, están a punto de tumbar la ley que regula los mercados de capitales sancionada en el 2012, y desguazando por goteo el Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la ANSES; y mientras los gobiernos del 2003 al 2015 apenas restauraron parcialmente en el texto de la Ley de Contrato de Trabajo los artículos mutilados por la dictadura y el menemato, estos tipos fueron con decisión por una reforma laboral flexibilizadora que nos volvería a un estadio aun peor más regresivo que el del 76', apenas tuvieron la oportunidad.
Del mismo modo, mientras aun se mantienen (porque durante la década pasada no se modificaron) la ley de entidades financieras de la dictadura, la ley de inversiones extranjeras de Videla y Martínez De Hoz empeorada por Menem o los tratados bilaterales de inversión (TBI) por los que el país aceptó la jurisdicción del CIADI, con la capitulación ante los fondos buitres se cargaron los dos canjes de deuda del kirchnerismo y los principios de reestructuración de deuda soberana de la ONU (propuestos por la Argentina y luego convertidos en ley por el Congreso); mientras apuestan a privatizar por completo la inversión pública (sin que por eso deje de financiarla de un modo u otro el Estado) a través del régimen de "participación pública privada" (PPP).
Lo mismo pasa con la concentración económica y mediática, la regulación del crédito y el sistema financiero, la política industrial, la transformación del modelo productivo y la reforma impositiva, entre otras cuestiones que quedaron pendientes, o que no se pudo o quiso impulsar.
Un futuro gobierno no puede limitarse a restaurar las condiciones existentes en diciembre del 2015, incluso por razones de estricta gobernabilidad y supervivencia. Lo ponemos en un ejemplo práctico, para que se entienda: de nada serviría reimplantar la ley de movilidad de las jubilaciones aprobada durante el gobierno de Cristina, si se mantienen intactas la ley de entidades financieras de la dictadura y las normas desregulatorias de los flujos de capital y divisas aprobadas por este gobierno; que agravan la restricción externa, favorecen la fuga de capitales y las condiciones generales de vulnerabilidad de la economía.
O de poco serviría volver a pesificar las tarifas de los servicios públicos, si no se avanza sobre los marcos regulatorios y el modelo de prestación heredados del menemismo, a los que el gobierno de Macri retornó sin escalas.
Claro que no se nos escapan las dificultades para aglutinar voluntades y seducir electores con un discurso que plantee transformaciones más profundas, cuando el macrismo ha tenido éxito con una propuesta vendida como desideologizada, exenta de conflictos y sin bordes filosos; a través de hábiles mecanismos comunicacionales que ocultan que sus políticas si los tienen, y vaya si cortan y lastiman.
Por coherencia ideológica y respeto a su propia tradición histórica, le corresponde al campo nacional y popular ofrecerle al electorado una solución "social" para el conjunto de los argentinos pero con "privilegiados" concretos, que no son los actuales; en medio de una sociedad fragmentada (incluso al interior de la propia clase trabajadora y los sectores populares), que compra el ideal aspiracional que plantea el macrismo (el "emprendedurismo", la posibilidad de ser cada uno el sueño de su propio destino) con plena o parcial conciencia de que hay excluidos ("pobres habrá siempre", dijo uno para cohonestar esas políticas), pero con la ilusión de no estar en la nómina; porque se asume a su vez la creencia de que esta se define exclusivamente por méritos.
Ese contexto adverso (que suma dificultades adicionales a las ya expuestas del orden de la gobernabilidad futura) entraña para las fuerzas populares un desafío enorme en términos de comunicación política, entendida no ya como el uso correcto y eficaz de los dispositivos, lenguajes y plataformas disponibles para la acción política, sino del del discurso y la propia praxis militante. Y supone también tensiones interiores, como que no:
El peronismo se divide en tres: 1) Los que el año que viene quiere ganar para hacer todo lo contrario de lo que está haciendo Macri, 2) Los que quieren ganar para hacer exactamente lo mismo y 3) Los que quieren perder, o que les hagan lugar en Cambiemos— La Corriente K (@lacorrientek) 1 de abril de 2018
1 comentario:
El cambio de estructuras significa ¨revolución¨. Y estamos de acuerdo en que la derecha va por todo y contra todo sin retroceder jamás y los gobiernos populares hacen los cambios con pie de plomo para no tocar demasiado los poderes fácticos, por la sencilla razón de que si revuelven demasiado los derrocan -de diversas maneras-.
Así que sonará pesimista, pero arreglos temporales, maquillaje o medidas tímidas están condenadas a ser desbaratadas por los gorilas, que lamentablemente siempre vuelven.
Lo que lleva años avanzar, a las derechas les lleva meses o días, revertir.
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