Varias veces dijimos acá que la crisis que
enfrenta el gobierno de Macri devino de económica, en política: el nuevo
experimento neoliberal iniciado en diciembre del 2015 se fue encerrando solo en
un laberinto en el que para salir, debería convertirse en otra cosa distinta de
lo que es, y desandar el camino de todas y cada una de las medidas troncales
que tomó para llegar a éste punto: levantamiento del cepo, eliminación de
restricciones al flujo de capitales y a la disponibilidad de las divisas,
tarifazos, desregulación financiera, dolarización de precios sensibles,
eliminación y rebaja de retenciones.
Como no hará nada
de eso (por el contrario, presiona por ejemplo a los senadores opositores para
bloquear la ley que retrotrae los aumentos de tarifas) porque perdería sus
apoyos reales cuando le está siendo brutalmente retaceado en de los mercados de
deuda, se habilitó a sí mismo un solo camino: perseverar en el error
profundizando la huella marcada, y de esa decisión devino el pedido de
escupidera al FMI; que solo puede significar (aunque Dujovne se empeñe en decir
lo contrario) lo que siempre ha significado: ajuste, recesión, redistribución
regresiva del ingreso, pérdida de salarios, consumo y derechos y mayores
tensiones sociales.
Lo que supone que
así como algunos hablan del fin de un gradualismo económico que en los hechos
no existió nunca, lo que verdaderamente ha terminado es el sueño del
gradualismo político; es decir, la ilusión de estabilizar, en un régimen de
democracia abierta, el consenso social mayoritario en torno a un proyecto de
exclusión que no consulta los intereses de las grandes mayorías nacionales, porque ha sido diseñado para y
por las minorías del privilegio.
Hay por supuesto un intento de ampliar las bases políticas del costo, y de allí el llamado a un "gran acuerdo nacional" (que pasión por la semántica gorila tienen estos pibes), comprometiendo a una parte de la oposición (la considerada "racional") en el apoyo al programa que inevitablemente se sigue del timbreo a las puertas del Fondo: ajuste aun más profundo que el que ya se ha descargado en estos dos años y medio.
Para esa empresa en la que se embarcan por estas horas los herederos de Lanusse, no les han de faltar los Paladinos oportunos: el primero de ellos, Pichetto, que se desvela desde el triunfo de Macri en el balotaje por lograr que lo sienten en representación del peronismo a la mesa de la Moncloa del ajuste; y les acaba de hacer un guiño posponiendo el debate del proyecto contra las tarifas. Allá él (un virtual cadáver político con nada por perder) y los que lo sigan en la idea, si quieren hipotecar su futuro político.
Hasta acá el
macrismo administró políticamente el hastío de muchos sectores de la sociedad
con el kirchnerismo para ganar en el 2015, y el temor "al retorno del populismo" en las elecciones del año pasado; en las que al mismo tiempo ganó gracias a una
dosificación de medidas populistas con timming electoral: préstamos Argenta,
créditos hipotecarios accesibles, salarios nuevos con las paritarias un poco
más flexibles que el rígido cepo actual, suspensión temporánea de los
tarifazos. En fin: condiciones irrepetibles hacia el futuro, a menos que
existiera un cambio radical del modelo económico que no resulta posible ya, con
este gobierno.
Así como la
economía argentina se enfrenta, una y otra vez, al problema de la restricción
externa, la derecha que gobierna tiene frente a sí por primera vez el desafío
de administrar la escasez: hasta aquí vino gobernando el distrito más pequeño y
rico del país en un contexto de crecimiento económico del país, y luego pasó a
gestionar el país usufructuando la “pesada herencia·” del desendeudamiento
kirchnerista, para tomar agresivamente deuda y financiar la fuga de capitales,
y la sed de dólares de buena parte de sus votantes. Esa canilla se cerró, y ya
no estará disponible.
En ese marco y
luego de varios días de ausencia con los que el dispositivo oficial intentó
preservarla del incendio, reapareció María Eugenia Vidal con el rostro ajado y
adusto con el que se la ve en la imagen de apertura; claro indicador de los
tiempos que vive el país, y sobre todo el gobierno.
Fuere que el
macrismo haya decidido que la opción es “Macri o el abismo” de cara a las próximas
presidenciales y en consecuencia nadie pueda bajarse del Titanic antes de que
se estrelle compartiendo su suerte hasta el final, fuere porque apelan a su
carta ganadora para que su electorado digiera el ajuste que se viene, lo cierto
es que la gobernadora de Buenos Aires tampoco podrá seguir disfrutando ya de
estar “angelada” o blindada contra los problemas, las críticas y los
cuestionamientos; ni tiene frente a sí una “mafia” imaginaria que combatir
(aunque insista con el discurso anti kirchnerista), porque a la real (la de los
fugadores seriales del país y los especuladores del exterior que están provocando la corrida del dólar) es sabido que no puede ni quiere enfrentarla.
Vidal dijo ayer en
la radio del grupo Clarín (lo que en sí mismo es todo un mensaje) que no hay
propuestas alternativas entre el ajuste, o el retorno del kirchnerismo: la
oposición no podría haber pedido mejor eslogan en torno al cual organizar su
campaña; y la enunciación es de un nivel de torpeza tal que muestra que a la
maquinaria duranbarbista (también experta en gestionar la abundancia, pero con
pocos antecedentes en hacerlo con la escasez) le entraron las balas, y no
termina de comprender el nuevo contexto.
Así puestos los
términos de la disyuntiva, es de una claridad comparable al “Braden o Perón”, o
tan clara como era la cosa en el balotaje del 2015, pero un gobierno de la
derecha después, con la “campaña del miedo” confirmada, e incluso superada en sus peores pronósticos.
La derecha esperaba
llegar al poder por las urnas en el último balotaje, en medio de una crisis
terminal del modelo kirchnerista que nunca se produjo, y por eso hubo que
inventarla: el famoso “estuvimos a punto de convertirnos en Venezuela, pero
pudimos desactivar la bomba a tiempo” fue el reemplazo que encontraron de
apuro; porque al no existir la crisis, no pudieron descerrajar un ajuste brutal
desde el primer día como hubieran deseado, para servir a los intereses que
representan.
Dos años y medio
después (con ese ajuste en cuotas, en ese tiempo) se encuentran frente al mismo
dilema, pero desde el gobierno: si Menem pudo hacer lo que hizo porque
Alfonsíin tuvo que irse seis meses antes del poder en medio de la inflación, y
si de la convertibilidad se pudo salir con una megadevaluación porque De La Rúa
se fue en helicóptero, hoy por hoy no hay margen social y político para un mega
ajuste bajo la amenaza de que si no se hace, vuelven los años donde al menos el
empleo, el salario y el consumo estaban asegurados; algo que hoy muchos argentinos no pueden dar por sentado, ni mucho menos.
Sea que Macri vaya
por su reelección, o que por su desgaste lo reemplace Vidal como una lavada de
cara del modelo, serán los candidatos del ajuste: esas son las condiciones en
las que se jugará el partido de ahora en más, y nada indica que vayan a
cambiar, y está en la oposición acertar con la estrategia adecuada para
capitalizar el descontento social, y (lo más importante) ofrecer una salida.
Y en ese marco, hay
que calmar ciertas ansiedades emocionales que exigen que Cristina se pronuncie
sobre la crisis, cuando hasta acá su silencio (excepto en el ámbito
institucional del Senado) pone mucho más nervioso al gobierno, que la torea
para subirla al ring con Vidal, en una pelea en la que no conviene entrar: que
la gobernadora de Buenos Aires y el oficialismo en general peleen contra su
propio fracaso en el gobierno y no contra presuntos fantasmas del pasado; y
veamos como les va y que tienen para ofrecerle a la sociedad, que no sean sangre, sudor y lágrimas.
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