El Congreso de la nación fue ayer -después de mucho tiempo- el epicentro político del país, y de la oposición al gobierno de Mauricio Macri. Adentro del recinto, la sesión especial de Diputados pedida por los bloques opositores funcionó como estaba previsto: con el quórum aportado por los bloques que la pidieron sin el concurso del oficialismo, y sin lograr los dos tercios de los votos necesarios para despachar los asuntos tratados sin despacho de comisión.
El oficialismo, que mantiene paralizadas hace meses todas las comisiones del cuerpo, y que no tiene previsto tratar en lo inmediato ningún tema de agenda propia de sus legisladores, ni propuesto por Macri que si pudiera cerraría efectivamente el Congreso como hizo Figueroa Alcorta en 1908, quedó estrictamente limitado a eso: defender la estrategia de no discutir ninguno de los temas propuestos por la oposición, para los que no tiene respuestas que se puedan sostener en público.
A diferencia del presidente y sus funcionarios, que pueden decir impunemente a diario ante cámaras y micrófonos amigos que no repreguntan que "estamos mal pero vamos bien", "la inflación está bajando" cuando en realidad sube, "el rumbo es el correcto" cuando es obvio que conduce al desastre y que "lo peor ya pasó" (frase que parece operar como la llave para abrir nuevas fases del desastre), los legisladores oficialistas no pueden -en un año de constante campaña electoral, en sus provincias y en el país- discutir desde sus bancas sobre los tarifazos, la situación de los jubilados, los despidos, o temas en teoría "transversales" como la violencia de género, y defender en público las políticas de su gobierno: así están las cosas, hoy y desde hace mucho tiempo.
Hace poco respecto al rol que le tocaba jugar a la oposición en el Congreso, en las actuales circunstancias políticas, decíamos acá: "¿Significa esto entonces que no hay que hacer nada hasta las elecciones? No, significa que hay que esperar de cada herramienta política lo que esta puede dar, de acuerdo a su función y su naturaleza específica. La oposición no puede "gobernar desde el Congreso" porque si aprueba leyes contrarias al programa del gobierno afronta la amenaza del veto, y no está en condiciones -hoy por hoy- de reunir la mayoría necesaria para sortearlo.
Si puede -en cambio- bloquear las iniciativas más perniciosas del gobierno (casi todas) si se une; y (cosa que hasta acá no ha mostrado ser capaz de hacer, ni en un solo caso) por ejemplo, tumbar todos y cada uno de los DNU que Macri ha emitido o piensa emitir, porque entonces no juega la facultad presidencial de vetar. Cuando se diga que lograrlo parece difícil porque no todos los opositores con representación legislativa están de acuerdo en hacerlo, sacar de ese hecho (que es contundentemente cierto) la conclusión correcta: la "unidad de todos" es una linda frase, que no pasa hasta acá de una expresión de deseos." Lo dicho tiene hoy plena vigencia, más cuando algunos intentaron extraer del debate de ayer alguna conclusión política respecto del armado de una propuesta opositora con chances de vencer al oficialismo en las elecciones de octubre.
En los países con sistema presidencialista como el nuestro, los Poderes Legislativos funcionan al ritmo de la agenda que les impone el Ejecutivo, acá y en cualquier parte del mundo, guste o no. Nada para reprochar al respecto, al menos desde el punto de vista de los que defendemos que así sea: si no, vean a los que hasta ayer se quejaban de la escribanía, colgarse del travesaño para mantenerla cerrada, sin discutir nada.
Porque aquí está la otra conclusión política que se puede sacar: el gobierno no puede marcar agenda porque hoy por hoy está limitado estrictamente a durar, tratando de evitar una corrida cambiaria que haga estallar todo por los aires, antes de las elecciones. Y no mucho más, salvo los delirios represivos paranoides de Patricia Bullrich para conformar a la monada adicta, mientras acumula papelones internacionales.
Lo dicho no debe entenderse como creemos que hizo mal la oposición en intentar que el Congreso sesiones, con una agenda de temas más vinculados a las preocupaciones cotidianas de la gente: recordemos que las últimas sesiones, en extraordinarias y a pedido del presidente, fueron, respectivamente, para abordar la problemática de los barras bravas en el fútbol, la eliminación de los artículos que le molestaban a Clarín y La Nación de la ley que regula a Papel Prensa, y el financiamiento de los partidos políticos. Fuera de eso, lo que a Macri le interesó sacar (que nunca fue nada ni remotamente cercano a los intereses de las grandes mayorías nacionales), lo hizo a puro DNU.
Pero mientras en el palacio la oposición intentaba hacer que el Congreso fuera caja de resonancia de las quejas ciudadanas, con sus limitaciones, en la calle estaba lo mejor: la masiva movilización que los sectores más combativos del sindicalismo le impusieron a la bochornosa conducción de la CGT, acaso como preludio de otro paro general; junto con los movimientos sociales y las organizaciones empresariales de los sectores que no representan al gran capital concentrado, y sufren como nadie la devastación del consumo y el mercado interno ocasionadas por las políticas del gobierno.
Este último hecho merece, en nuestra opinión, ser destacado: el protagonismo que adquirió la dirigencia empresarial Pyme en el armado y la convocatoria de la marcha de ayer debe ponderarse en un contexto en el que se da una puja entre las distintas fracciones del capital, para instalar una alternativa electoral que sostenga el modelo en curso, acaso con un "service"; impidiendo así el retorno de la bestia populista al poder. No todo está perdido en el sentido político, entre los empresarios argentinos, y si bien abundan los Héctor Méndez que volverían a votar a Macri con tal de que no vuelva el kirchnerismo, no son todos, ni mucho menos.
Allí, en la calle, frente al Congreso y bajo la lluvia, se vio lo mejor de la jornada: la unidad en acción y por abajo, de las representaciones de los agredidos por el macrismo; que le están exigiendo respuestas a la política, acaso a esta altura de los acontecimientos, más a la oposición, que al propio oficialismo. Y si por un lado la movilización supone otro llamado a deponer ciertas vanidades personales para apurar los tiempos de la unidad de la "oposición unible", también sirve para valorar en su justa medida cierto "fetichismo de la unidad" dirigencial, que estriba en suponer que el amontonamiento de dirigentes (no siempre acompañados por votos) es el reaseguro infalible del triunfo electoral.
Si la oposición,. vista desde esa óptica, pareció desflecada adentro del Congreso, por abajo y en la calle la base social está más que unida, pasando incluso por encima de las vacilaciones de la dirigencia. Y no tengan dudas de que tanto los que se movilizaron como los que no lo hicieron pero comparten los reclamos tienen más claro de lo que parece que hacer con su voto en octubre. Tuits relacionados:
"Tenemos que hacer la unidad con todos, porque hay compañeros presos ". Incluso con los bancan que estén presos; capo?— La Corriente K (@lacorrientek) 4 de abril de 2019
Yo de hacer la unidad como piden algunos la haría con cualquiera que cumpla 3 condiciones: 1) Se oponga a Macri (oposición, no sarasa), 2) Aporte votos para ganar (si no les molesta) y 3) (Pero no menos importante) que quiera hacer la unidad con nosotros. No parece mucho, no?— La Corriente K (@lacorrientek) 4 de abril de 2019
Están preocupados por sumar a Camaño en vez de ver la unidad en acción, en la calle, a las puertas del Congreso. Deberían darse una vuelta por ahí.— La Corriente K (@lacorrientek) 4 de abril de 2019
Ahora, si el problema es que a Cristina le contás las costillas y a Camaño y al resto les perdonás todo "por la unidad" el problema es otro. Y no es precisamente lograr la unidad.— La Corriente K (@lacorrientek) 4 de abril de 2019
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