Cuando hace exactamente un año atrás la
aceleración de la fuga de capitales detonó la corrida del dólar que desembocó
en el acuerdo con el FMI, algunos leyeron el voluminoso apoyo del Fondo y del
gobierno de los Estados Unidos a Macri como una señal de fortaleza de su
gobierno, cuando en realidad era una muestra de debilidad extrema: el
experimento “Cambiemos” apostaba todas sus chances a la bala de plata de lograr
controlar el dólar, y que no le estallara todo por los aires antes de la
elección de renovación presidencial.
Antes de eso, en
diciembre del 2017, el rechazo a la reforma previsional quebró la pasividad
social ante el programa del gobierno, que apenas dos meses antes lanzaba su plan de
“reformismo permanente”, alentado por los resultados de las elecciones
legislativas de ese año: comenzaba así la cuenta regresiva de los sueños
hegemónicos del macrismo, y de las predicciones de más de un analista en ese
sentido. De ahí para acá pasaron apenas 15 meses, en los que todo fue en declive:
el plan económico, sus resultados, la imagen presidencial, las chances de Macri
de reelegir y la fortaleza de la coalición política oficialista.
Hasta llegar a este
punto en el que estamos, en que el deterioro se mide ya no por meses o semanas,
sino por días y horas, se rompió la coalición oficialista y muchos empiezan a
abandonar el barco, mientras se arrancan las insignias de los uniformes para
tratar de pasar desapercibidos. Dijimos hace un tiempo que la descomposición
final del régimen macrista iba a ser un espectáculo feo de ver, y en medio de
él estamos: conspicuos comunicadores del dispositivo oficialista como Pagni o
Berensztein se refieren a Macri como un “presidente pesificado”, devaluado, sin
peso político ni autoridad.
Los radicales,
principales socios del PRO en “Cambiemos”, ya no disimulan en público que
trabajan para irse de la coalición oficialista y arrojarse en brazos de
Lavagna, o en el mejor de los casos, “quedar en libertad de acción” de hacer lo
que más les convenga; con prescindencia de la suerte final del gobierno.
Mientras a Lavagna, justamente, lo mandaron a callarse tras una serie de pifias
mediáticas que espantaron votos, para que no se note tanto el rol que está
llamado a cumplir.
Mientras el
escándalo de D’Alessio y Stornelli dinamita la fuerza de tareas de Comodoro Py
y los procesamientos de Bonadío a Cristina ya son motivo de consumo irónico en
las redes sociales, la Corte Suprema se ha vuelto un terreno árido para el
gobierno, desde que forzó el desplazamiento de Lorenzetti de la presidencia: al
paso que vamos, a Rosenkrantz le costará conseguir que le sirvan un café; y el
asalto a la presidencia del tribunal orquestado desde el gobierno fue un palazo
en un panal, que activó una catarata de fallos “tribuneros” en contra de sus
intereses; cuya importancia no debe medirse por lo que deciden, sino en tanto
advertencia de los cortesanos a la Casa Rosada de que podrían venir otros
peores, y que en el mejor de los casos, no cuenten con ellos para apuntalar al
régimen, en el plano inclinado de su caída.
Los manotazos de
ahogado que toma el gobierno como las últimas medidas del BCRA toqueteando los
encajes y poniendo en riesgo los depósitos de los ahorristas no logran domar al
dólar (la variable a la cual Macri ató su propio destino político y electoral),
y no hacen sino empeorar el cuadro; en tanto denotan claramente que no hay
dólares suficientes para calmar la ansiedad del mercado, ni siquiera contando
los que vendrán del FMI (que autoriza a vender 60 millones por día, cuando en
la última semana de operaciones las reservas perdieron más de 1900 millones), ni los de la “cosecha récord”, que naturalmente los exportadores no liquidarán
al ritmo de las necesidades del gobierno, sino en la medida de su propio
interés en que el billete verde siga subiendo.
Al fin y al cabo,
no es culpa de ellos que el gobierno haya dictado el Decreto 893/17
eximiéndolos de la obligación de liquidar las divisas en el país, una medida
que hoy no está en condiciones de revertir (aunque sea imprescindible hacerlo)
porque le significaría malquistarse con una de las pocas bases electorales
firmes que conserva: a eso apuntaban hace poco las amenazas disfrazadas de
críticas de la reaparecida Mesa de Enlace: derogar el decreto sería para Macri
una Resolución 125, que no está en condiciones políticas de sostener.
Los indicadores
sociales y económicos (evolución del PBI, nivel de actividad, empleo, pobreza,
inflación), aun toqueteados por el INDEC macrista, son horribles, y la
percepción cotidiana es aun peor. Default, hiperinflación, adelantamiento de
elecciones, corralito: todas palabras asociadas a las crisis de 1989 y 2001,
que en el actual contexto se tornan verosímiles, y posibles; sobre todo en el
imaginario social.
Los presuntos
movimientos para desplazar a Macri de la candidatura oficialista e instalar a
Vidal en su reemplazo, o como parte de un acuerdo político transversal más
amplio con sectores de la UCR y el PJ “alternativo” orquestado por fracciones
del capital que le soltaron la mano al gobierno, más allá de su realidad o avances
concretos, ya están instalados en los medios como operaciones a cielo abierto,
y desde las trincheras “amigas”. Aun siendo globos de ensayo, solo pueden
contribuir a lijar más aun la desvencijada figura presidencial.
En ese marco,
mientras más imposta Macri autoridad y energía, sin tomar ninguna media
concreta para cambiar el rumbo (y por el contrario, ratificándolo toda vez que
puede, incluso prometiendo ir más rápido si fuera reelecto), mas se deteriora
su autoridad institucional, más se licúa su poder político y más disminuyen sus
chances electorales: hoy le están diciendo que es peso muerto y debe correrse
de la disputa sus amigos, no sus enemigos.
Lo que se intuía
hace un año se confirma hoy, y todo transmite la sensación de fin de ciclo, y
aun de una posible crisis institucional; algo que no es un escenario soñado ni
deseado para la oposición que tiene más (y claras) chances de ganar las
elecciones, ni para el conjunto de los argentinos, en especial los sectores
populares: por muy desastroso y dañino que sea el gobierno de Macri, siempre
que hay crisis institucionales, son ellos los que pagan los platos rotos de las
peleas entre las distintas fracciones del capital, en escenarios de
excepcionalidad política.
Para la oposición
real (no la de “cartón pintado”, como dijo Cristina) la mejor salida política
de esta crisis es que Macri llegue al fin de su mandato, sin excusas ni
desplazamiento de culpas en otros (su especialidad, en la que sus socios
radicales descollaron siempre), y que él, su gobierno y su propuesta política
sean rotundamente derrotados en las urnas; para sumar legitimidad y acumular
poder de origen para el proceso que se abre con su salida, que será duro y
difícil, y exigirá tomar medidas drásticas desde el primer día.
Cualquier otra
salida (como un golpe palaciego o alguna otra alquimia institucional) son
funcionales al experimento en marcha de reeditar el 2002; con el radicalismo
esquivando el bulto a su responsabilidad en el desastre, el peronismo
“perdonable y conversador” sosteniendo posiciones institucionales que no está
en condiciones de conservar en competencia abierta por el voto popular, y buena
parte del “círculo rojo” escapando del experimento fallido de gobernar el país
instalando directamente uno de los suyos en la Rosada; colocando a un presunto
“tapado” (como Lavagna) que vele eficazmente por sus intereses.
Hoy, con Macri en el piso, incluso los que hasta ayer vaticinaban que era invencible electoralmente se le animan, y cunde la idea de que cualquiera puede ganarle. Pero aunque eso fuera cierto, no significa que cualquiera pueda gobernar después de Macri; al menos si entendemos por gobernar algo más que administrar la crisis, y tutelar los mismos intereses que él.
Tuit premonitorio:
Lo vamos a tener que sostener nosotros a Mauricio para que no se caiga por el fuego amigo?— La Corriente K (@lacorrientek) 26 de marzo de 2019
1 comentario:
Qué buena descripción de la actualidad política. Felicitaciones.
Hay un párrafo que me dejó pensando y sobre el que tendríamos que poner énfasis: sin la ayuda super extraordinara, inaudita, del FMI, el gobierno hubiera estado en default -y feo- el año pasado.
Se sabía entonces que el "modelo Macri" iba a estallar, pero no sé si alguien pensó en que iba a ser tan temprano y tan profundo.
Estamos en la misma situación ahora: el modelo es insostenible y, si no se arregla el frente externo, va a ocurrir en peores condiciones.
¿Qué se puede esperar del próximo gobierno si va a estar atado a lo que el FMI y Trump quieran imponer?
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