Por Raúl Degrossi
El recurso no es nuevo: recordemos que ya antes de asumir Cristina su primer mandato, comenzaron las notas de Fontevecchia con el famoso asunto de la bipolaridad; y hace unos días nomás el propio Barletta elegía el mismo registro para criticar a la presidenta.
Como tampoco es la primera vez que lo leemos en las páginas de La Nación (ni tribuna de doctrina el único medio que repica con la cuestión, como muy bien apunta acá El Escriba), sin ir más lejos el asunto de la presunta inestabilidad emocional de la presidenta es un tópico socorrido de Majul, o de Nelson Castro; en el primer caso apelando a Wikipedia como fuente para explicar los síntomas, y en el segundo a la experticia médica, aunque aplicada a pacientes a los que nunca ha tratado: depende del diferente nivel de alfabetización de cada uno, aunque tengan parecida falta de escrúpulos.
Sin embargo la columna de Pagni en La Nación del domingo tiene otro valor; porque se trata de una de las principales plumas del diario, con acceso a ciertos niveles de información (aunque presto a las operaciones de todo tipo, como en éste caso) y con el esfuerzo por dotar de racionalidad a sus argumentaciones; aunque éste aspecto siempre termina subordinado .
Y el amigo Pagni comienza (como todo razonamiento falaz) sustentándose en hechos públicos y notorios (como las desgracias y contratiempos personales y familiares que Cristina tuvo que atravesar en los últimos años), expuestos casi con una mirada comprensiva: cualquier persona sometida a esos trances, sufriría en su estabilidad emocional, con más razón alguien expuesto a las presiones de una presidenta.
Pero enseguida se le empiezan a ver las patas a la sota.
Porque resulta que (como bien puntualiza Gerardo acá) esta idea del afloramiento de las emociones en Cristina, y la situación de debilidad en la que la colocarían, está conectada a la otra, que señala que las oposiciones que el gobierno enfrenta son sólo fruto de una visión paranoica conspirativa, y no tienen ancladura en la realidad: desde las corridas del dólar a la interna con Scioli, pasando por los reclamos de los caceroleros porteños de que les devuelvan el país o de Moyano de que no lo repriman como en la dictadura, no existen en la realidad: serían exclusivo fruto de la imaginación de Cristina, afectada emocionalmente por todo lo que le ha tocado vivir.
Una forma sutil de decir que está chapita, como apunta acá Lucas, porque sabemos además que el ejercicio ilegal de la profesión de sicólogo es un deporte bastante extendido, entre los argentinos en general, y entre los periodistas en particular; y con una finalidad bien concreta: crear un ambiente de opinión pública favorable a cualquier maniobra destituyente, aun con disfraz institucional.
Alguno podrá apuntar que desde este lado hacemos lo mismo (reducir la politica a la sicología) cuando explicamos los desbarrancos de Carrió, o los dislates de Pino Solanas; pero la diferencia en todo caso es de registro: nosotros lo hacemos como catarsis para cagarnos de risa, pero sin renunciar al debate político; ellos pretenden hacer de eso un discurso racional y un método de análisis seudo científico de la realidad.
Es una consecuencia del desacople de los medios (y de no poca parte de la autotitulada academia) a los cambios políticos producidos desde el 2003 para acá, que se tradujeron en la creciente exposición pública de las complejidades de la realidad nacional; cuya explicación no puede ya, sencillamente, abordarse con los rudimentarios esquemas conceptuales con los que cierta gente explicaba por caso el menemismo: el síndrome que padece Lanata, sin ir más lejos.
Claro que los políticos son seres humanos, y como tales cargados con una siquis que incide en sus decisiones, análisis y posicionamientos; pero pretender explicar todos los procesos políticos desde allí es bastardear el debate, dejando por fuera las fuerzas convergentes y contrapuestas que se mueven, los intereses que confrontan, las dimensiones colectivas y sociales, en definitivas: el corazón de la política.
Pero en este caso en particular, la recurrente apelación a la estabilidad o inestabilidad emocional de Cristina como punto nodal de cualquier lectura de la realidad, es nada más ni nada menos que el anverso de la moneda de descalificar el resultado electoral del 23 de octubre, en este caso por el lado de la elegida: una masa amorfa de descerebrados susceptibles de ser movidos en cualquier dirección por beneficios clientelares, son perfectamente capaces de votar a una rayada; sería el razonamiento implícito.
Y en esas condiciones, vista la elección desde la racionalidad de los votantes, o desde la estabilidad emocional de la elegida, el resultado no sería entonces algo que se deba tomar demasiado en serio, como para respetarlo en sus consecuencias: que Cristina debe permanecer en la Rosada hasta diciembre del 2015, y aplicar su propio programa de gobierno; que no es ni más ni menos que aquél por el cual fue elegida.
Esa es la perversidad del razonamiento implícito en la columna de Pagni; una forma sutil (y ni tanto, si se repara en la misoginia que transpira) de seguir bastardeando los términos del debate político argentino.
Porque dejemos además de lado los casos de aquéllos que hoy están retirados de la política más o menos activa por decisión propia o de los votantes (como Duhalde, Carrió o Pino Solanas), y pensemos que pasaría si esos mismos medios aplicasen esa misma lógica a los que, hoy por hoy, son prospectos electorales de la oposición de cara al 2015.
Si advertimos que estamos en medio del impacto de los coletazos de la crisis internacional en el país (y esos mismos medios nos dicen a diario que aquí es peor, y por culpa nuestra), y nos advierten sobre los crecientes problemas derivados de la crisis interna en el oficialismo (casos Scioli y Moyano); no hace falta ser muy perspicaz para concluir en que el contexto y el futuro reclaman liderazgos políticos serios y consistentes, gente con convicciones firmes e ideas claras, que además las sepan comunicar adecuadamente para inspirar confianza.
Y con capacidad de confrontar -si fuera necesario- con factores o sectores de poder que intenten impedir que se tomen las medidas adecuadas (cualesquiera sean éstas, de acuerdo al diganóstico que cada uno tenga, o el que acepte como lógico) para atemperar los efectos de la crisis.
Así las cosas, berreticemos nosotros por un momento el nivel de análisis político como hacen los medios y consultores varios, y reduzcámoslo a un simple test sobre las condiciones sicológicas de los presidenciables.
¿Tendríamos razones para no desconfiar de la estabilidad emocional de -por caso- Binner, Macri o el propio Scioli?
Probablemente nos dirían que no, pero no podrían explicarnos la razón de la conclusión (o nos dirían que es porque ellos "dialogan y no confrontan", otra superchería de sicologismo barato), que es que -en cualquiera de esos casos- serían simples instrumentos electorales de un programa pensado por otros, para favorecer sus propios intereses.
Y esa certeza seguramente no variaría porque Macri sea el exponente de una derecha "amable", Scioli de un peronismo exorcizado de la posesión demoníaca del kirchnerismo, o Binner, del progresismo tolerable y de buenos modales (hay quiénes dicen que no hay otro).
2 comentarios:
la verdad es que para ser presidente de la nación hay que ser o estar medio loco, pero encima tener que aguantar tantos soretes con cartel...
Impecable.
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